Por Geraldine Cubillán Gil
Fotografías de Alberto Zanetti.
Los cantantes de Desorden Público, Zapato 3 y Sentimiento Muerto propiciaron un viaje de pasión y recuerdos. La productora del evento proyecta hacer de este encuentro una gira por varias ciudades.
A mi derecha Carlos Segura, de Zapato 3 y a mi izquierda Pablo Dagnino, Sentimiento Muerto (…). La última vez que los tres coincidimos en un mismo escenario fue en el Nuevo Circo de Caracas, 30 de septiembre de 1989. Hace casi 28 años (…) Con ese pensamiento retrospectivo, que sucedió un cumpleaños suyo, Horacio Blanco publicó en su cuenta en Instagram, dos días después de esa noche – seguramente porque los recuerdos seguían fluyendo- , una fotografía de los tres en actitud sonriente, victoriosa, de corazón lleno por el trabajo bien hecho…
La idea… Storytelling fue concebido por WeGo Productions como un concierto para conocer de mano de cantantes o cantautores, los orígenes de sus temas insignes.
Y así se ambientó: la tarima hecha una sala, con un sofá, dos poltronas, un par de sillas y una mesa con tragos de vasos cortos para disfrutar, sentado y cómodo, la historia de cada canción, aun con el riesgo adjunto del intento de la capitalización de la nostalgia: que se manifieste la decadencia, que del intento de revivir la gloria pasada quede como resultado una noche “pavosa” ante la cual al fanático le toque bien conformarse con esta versión reducida de quien fue su ídolo o salir con el corazón resquebrajado por verlo ido a menos.
Ni antes ni después…
Nadie trastabilló, no hubo incomodidad, aquello que podía esperarse de un show como este, quizá que se requieran un par de canciones para que el músico se acople porque es primera vez que se toca con este ensamble, no pasó… desde el segundo uno todos gritando y cantando a viva voz, ya estaban trasladados al edificio, los zapatos de goma, el walkman, la novia o cualquier recuerdo asociado con ese tema y con Infecto de afecto, el disco, sea cual fuere el año en el que lo descubrieron o tuvieron.
Pablo se entrega: se acuclilla, se sacude, baila y brinca, juega con su voz, la sube, la baja, la modula y toca la air guitar como siempre, “como debe ser”, mira la gente, le canta de frente, de cerca “estoy ansiosooo y tú olvidaste mi nombreee”. El tiempo no ha pasado, es el mismo Pablo.
Con la adrenalina generada, la idea de tener que terminar una canción y no darle continuidad a la siguiente para entrevistar sobre algo, lo que fuere, fue caducando, fluyendo a otras maneras de ser, el programa del Stortytelling empezó a desvirtuarse (más bien a evolucionar) desde la segunda canción. La gente quería más y lo quería ya.
- ¿Y ese José Gregorio? – Me lo regaló Horacio
Dejando un poco a un lado los apuntes que tan meticulosamente se sentía que había preparado, Desorden Público irrumpe con Mal Aliento que mutó a Valle de balas como suele hacer con Desorden desde hace varios años, la primera solo con su guitarra y la segunda full banda luego del “y 1,2,3, cua…” que marcó con furia y pisoteando duro para dejar clarísima la intención de la fuerza que los músicos que lo acompañaran debían dar al “La ciudad se encierra a ver telenovelas…”. Lo logra, lidera a la banda y al público, los mueve al punto exacto de excitación que desea, en ese momento, la audiencia es suya.
Aunque la canción es rápida, no hay prisa por terminarla, se toma su tiempo para contar cómo la habituación a la violencia caraqueña ya no le quita el hambre a nadie –contó sobre un asalto que vivió en un restaurante mientras almorzaba y una vez terminado, la gente siguió comiendo con la mayor naturalidad- pero sí está quitando el odio, por empatía, por saber que aquel violento también es víctima de algo más grande. Acto seguido, para acompañar la oración clímax del tema “que santifiquen a José Gregorio, y el presidente pal sanatorio…” sacó de su cartera, profesándole fe y confianza, veinticinco estampitas del aún no santificado José Gregorio Hernández para regalarlas a quien las quisiera, eso sí, solo previa cola, como se habitúa en Venezuela.
Ella me da que hacer
Cuando salió Carlos Segura y sonó el punteo de la guitarra de Hugo Fuguet que anunciaba Vampiro, la euforia ya estaba a tope, puesta a flor de piel, se pasó revista: tres de tres estaban presentes y dedicados a darlo todo. Un sentido y entregado “siempre está deseaaaaando más…” marcó la garantía de que sería una gran noche.
El tracklist
En un show como este hay predictibilidad, el fanático sabe qué canciones “seguramente” se elegirán para ser contadas, al escuchar Tiembla o Amo las estrellas, se regocija en su triunfo. Sin embargo, caer en el margen del error y ser sorprendido con esa que no previno significó varios puntos álgidos en la noche. Pasó con Tan cerca de ti, por ejemplo, cada “y si no estoy contigo, me volveré loco” se sintió, se contagió, se dedicó al aire, se hizo objeto de catarsis y terapia al sacar de adentro algún desespero acumulado que esa canción acompañó alguna vez.
Los cuentos de cada canción no emanaron por incentivo, sino del clic que parece haberle venido automáticamente a cada cantante al encontrarse cantándola. Pantaletas negras propició un desahogo de Carlos, respecto a su sufrimiento porque para la época el sexo no estaba tan al alcance, llegar a desvestir a una mujer significaba una importante victoria, verle las pantaletas era un logro magnánimo… “Y si eran negras… uuffff”, dijo mientras hacía la mímica de quien quita con delicadeza desabotona un pantalón. Se saboreó y con expresión de satisfacción por haber encontrado varias en el camino, se dejó caer sonriente, de ojos cerrados, y manos en el pecho, en la poltrona que eligió como suya.
El trio se saluda, se reverencia, se acompaña en coros, incluso se remedan (pasó en Entrada de bala, Horacio y Pablo parodian cómplices los contoneos de Carlos y su pandereta). Nadie sale de tarima, salvo Pablo, quien desapareció para empezar Manos Frías desde el medio de la sala. Algo lo mueve a querer estar donde está el sentimiento: la gente, estar cerca, reconocerlos, unírseles, leerlos y hacerles muecas de tú a tú. Es todo o nada.
Y llegó Resiste, ejecutada con bandera venezolana en tarima, cada oración tomó una nueva proporción al ser puesta a una audiencia de exiliados, quizá nunca antes había movido tanto el “Ay, carajita, alimenta tu paciencia cuando sientas que invade la nostalgia” y sí, con cada “Resiste, no te dejes maltratar…” se creó una atmósfera de melancolía solidaria pero también de esperanza y anhelo, “resiste en algún momento esto tiene que acabar…”.
Siguiendo esa línea, y quizá el único momento calmado e introspectivo de la noche llegó con Los que se quedan, los que se van, que no es una canción vieja que calza en la época actual sino inspirada en el mismo hecho que tenía ahí a la gente reunida: el exilio. El “algún día volverán…” de Horacio obligó a más de uno a concentrarse para no soltar la lágrima, a diferencia de Todo está muy normal que también es una canción reciente de Desorden Público, pero al ser es una parodia eufórica, rápida, irreverente, se hizo colectiva y festiva rápida y sin freno.
Otra, otra…
Un buen concierto no es tal si no se pide otra y la petición encuentra satisfacción, está escrito, pero no había otra, no se ensayó nada más. En cualquier caso, ¿qué es un músico sin el poder de la improvisación? suficientemente removida esa noche.
Y esta vez sí, sonó la última, una rarísima versión de Combate, Horacio pidió a Germán Quintero, en la batería, la base de reggae y anunció sobre la marcha, a Ricardo Bigai, bajista, la progresión de acordes de cada parte de la canción. Comandaba “Mi, do sostenido menor…. fuertes poderosos, todos, cada uno de nosotros… mi, do sostenido menor a menos que no haya inspiración, puñalada trapera a la paz y la imaginación”… “Coro, mi, si menor, re… eh eh ah, Desorden ta en la calle. Mi, si menor, re, Eh eh ah, Zapato está en la calle. Mi, si menor, re, eh eh ah, Sentimiento está en la calle… Combate”, que de alguna manera por moción de Pablo mutó al “La, la la la la la… hey Jude” de The Beatles, si al concierto le faltaba algo, con este pseudocover mal logrado pero lleno de cariño, se completó.
Aplausos, agradecimientos, selfies y fue así como el 28 de abril, casi 28 años después quedó como una fecha de grata recordación para quienes ahí estuvieron y pudieron gritar, sin pudor ni vergüenza hasta perder la voz, las canciones que durante diez, quince o treinta años repasan y han repasado una y otra vez.